Pág. 40 MA TTEOTTI · PrQL G. A. BORGESE MARCHA 5-0BREMADRID Del libro "Goliat", Editorial Claridad, San José 1641-45. Tras la cortina de papel de la no-intervención diplomática, la ayuda fascista y, en menor escala, la nazi, en h0mbres, armamentos y diner0, fluyó incesantemente al .r,ampo fascista en España. La ayuda soviética, más fragmentaria, acudió a sostener a los leales. Valientes voluntarios antifascistas, reclutados entre los desterrados italianos y alemanes así como entre ;zquierdistas de Francia y otros países, junt0s con algunos puñados de mercenarios y aventureros, acudieron al frente de 1 ~fadrid; aventureros y malhecho.res, junto con una sorprendente legión de sinceros voluntarios católicos irlandeses, se unieron a la babélica aglomeración de Franco. En el correr de semanas y meses España se convirtió en el campo de la que se llamó '' una guerra mundial en pequeño" : con fuego y muertes y ruinas y lamentos no tan liliputienses, sin embarg0. Detrás de h1. cortina de la no intervención, la civilización neutral contemplaba la pelea, interesada y azorada, como si fu era una riña de gallos. La evidencia de que, si J nglaterra y Francia hubieran desenvainado sus espadas, si la Liga de Naciones se hubiera levantado en su tumba, el Duce -no adecuadamente sostenido por su segundo alemán- se habría retirado de España y pospuesto para días más propicios su gran _parada de guerra mundial, es de una naturaleza muy diferente a la evidencia -0-frecida antes y concerniente a su presunta actitud al principio de la guerra abisinia. Sin embargo, es decisiva. Si Mussolini hubiera estado decidido a lo mej0r como a lo peor, si hubiera creído en la alter- • nativa de una oposición obstinada anglofrancesa, habría, evidentemente, concentrado su voluntad en asegurarse la má:s rápida y completa victoria posible en España. Ell.0 significa que, con total menosprecio de todos los comités diplomáticos, habría embarcado para España un ejército regular y adecuado, aunque no por entero de la importancia del de Abisinia, con todos los atavíos de una guerra civilizada, incluyendo preciosos medios quím.icos. Pero a despecho de todos los consuelos que recibió de Gran Bretaña durante y después del asunto abisinio, no se fió de ella p0r entero; y hasta su flema reticente, junto con otros más expresivos signos premonitorios aparecían a veces misteriosos. Debido a lo razonable de tales recelos y presentimientos, envió sus fuerzas a España medio secretamente y no con completa eficiencia, a la vez que archivaba un estupendo material documentario para probar a las potencias neutrales, en el peor de bs casos, que él había sido no menos correctamente neutral que cualquiera de ellas y que sus unidades y divisiones en España no habían sido más que ocasionales formaciones de voluntarios enteramente libres. Escogió 0tra vez la técnica vulpina, a la espera otra vez de que llegara el día del león. Los resultados ideológicos de la técnica fueron espléndidos. No fué ya una novedad que no hubiera declaración de guerra; la costumbre ahora respondía a una tradición bien establecida. Pero, incontestahlemente, por primera vez en la hist0ria ocurrió que un gobernante ha podido empeñar a su nación en una guerra secreta,
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