có a mí en una tarde gris de otqño, llevando, debajo del brazo, el diario convenido. Recuerdo exactamente su cordial apretón de mano, al tiempo que murmuraba quedamente la convenida palabra. · , Desde aquel día, a través de las ligeras conversaciones con él sosteni. das, se afirmaba cada vez más mi admiración por su indomable voluntad, que hacía de él -ya confinado y condenado- un luchador de primera línea. Jamás se negaba a la "acción", en el sentido más preciso y concreto de la palabra. Ni era extraño a las discusiones doctrinarias: sabía juzgar ideas, hechos y hombres públicos con una cultura política clara y sólida. Su juicio era siempre vivificado por la sana intuición del obrero que no .sabe de engaños. Ignoro cuantos sean en Italia los que posean las dotes de Riccardi, pero ·puedo afirmar, sin temor al equívoco, que bastarían pocos como él para que otra sea la opinión que la generalidad de la gente tiene formada del pueblo italiano. Y otro sería, asimismo, su destino. No se puede dudar de la mentalidad de un trabajador, tan vigorosamente dotado, dinámico· e inquebfantable como la de Marco, cuando lo encontramos frente al sacrificio último, a cuyo encuentro ha ido conciente de su responsabilidad. Con la simpleza y modestia tan suyas, tan características. Cuando llegó -en realidad aún todo parecía increíble-- la noticia de la trágica consecuencia de su arresto, que ya había suscitado las lógicas silenciosas preocupaciones, pareció mucho más difícil nuestra lucha, mucho más insegura nuestra victoria. Pareció próxima Ja catástrofe y cercano el comienzo de un período destinado a no encerrarse más en el silencio. El sacrificio no es en vano jamás. Y más que en ninguno, en aquellos que tuvieron la fortuna de cumplir a su lado algo del trabajo común, en todos aquellos que solamente sienten librar su misma batalla, persistiendo en -su misma voluntad, tendiendo a sus mismos fines, se confirma, sin hesitación en el éxito, el deliberado propósito de continuar hasta que sea para siempre enterrado el oprobio de los asesinos. ALESSIO (Desde Italia). P. S. - Un episodio que arroja singular luz sobre el espíritu de Riccardi es el' siguiente, narrado por un compañero que desde hacía muchos años mantenía con él relaciones amistosas. En el año 1919, todavía demasiado joven, pero ya militante actvio del socialismo, quiso Marco participar en las tareas de recoger prendas de vestir, organizadas por la Cámara del Trabajo de Milán, elementos destinados a los trabajadores de Rusia, entonces asediada y hambreada por los ejércitos aliados, que justificaban el bloqueo con los mismísimos argumentos que hoy Mussolini emplea para justificar su guerra de agresión. Los bolcheviques eran, es cierto, blancos de piel, pero también ellos bárbaros y enemigos de la civilización. Al pasar un camión que recogía las vestimentas, Marco no ¡ludó un solo instante en privarse de su sobretodo nuevo. Pero su familia estaba en la miseria y su padre --aún en vida- le suministró una buena dosis de palos. Y Riccardi terminó el invierno con un haraposo capote de soldado ... MATTEOTTI • XII ANIVERSARIO
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