Pagine di quotidiani e riviste dedicate a Giacomo Matteotti - 1925-1974

tos en Ja aiüigua Roma, sobre la cual la humanidad siguió construyendo incansablemente, con la sola interrupción de la descomposición medioeval de la organización del Estado. No es un Estado aquél que ataca, aquél que se arroja sobre los ciudadanos que busean amparo de ,ms derechos a la sombra ele su protección jurídica, y .lor:; despoja y maltrata y ]oi; a:::e.sina. Esto es el suiciclio del Estado qne así actúa meramente como Comité Ejecutivo de un reducido grupo. Cuando los ciudadanos ya no esperan la garantía de sus derechos clel E:-;tado, {•ste~e ha vaciaclo de todo su contenido jurídico y mol'al : el fa:-;cismo re-~haza expresamente la idea de la igualdad del cl.erecho parn todos. Sólo resta de él la fuerza clel poder que nunca lleO'ará a expresar- un orden jurídico, a pe.sar ele que en Italia existe una codificación cmsi perfecta de la desigualdad jurídica y del arbitrio. El Estado fascista f:ieimpone mediante la fuerza bruta: con el terror y los policía~, con el pelotón de ejccueión y eon la holla popular. En un Estado semejante no se concibe mm tribuna de la lega lich1d do1Hle pueclan denunciarse Jas culpak de los detentadores del poder. El fascismo antcr-; ele suprimir las tribunao en Ja prensa, en las asambleas popnlarcs, en el parlamento, su pr.imió al acmmdor. El Estado atacó: Matteotti no era la única víctima designada. Dnmini y sn banda tenfan una larga lista. ele personas que debían ser silenciarlas con los mi.·::m1osmétodos, y sólo el tumulto de la opinión pública de todo el mundo Jo impidió. El fascismo, falto de la base granítica qHe sólo da el derecho, colocado en el tembladeral de Ja violencia, por su mi~ma naturaleza, debe protegerse tras una constante violación de los principios jurídicos. Defensor del dereeho por definición, el Estado se niega a sí mismo al atacar al ciudadano en la. fortaleza del derecho. Esto es 6 el fascismo. El caso l\Iatteotti no fué una desviación ni nn error de táctica: en Italia y en toda otra parte donde impere el fascismo, todo acusador encontrará el destino de lVIatteotti. Ersta fe.cha del 10 de junio no sólo arroja luz í,obre una fase ele Ja lü,;toria, mejor dicho, un eallejón sin 1,alida de Ja historia, si110es un día ele admonición que nos impone un deber. Nos lo impone a nosotros por cuyo ideal l\fatteotti murió. Esto no significa que esta muerte deba ser un ejemplo a seguir: la imitación no conduce ni al genio ni al heroísmo. Sin embnrgo, este gran yarón, ardiente de vida y ele bondad, que con clara mirada fné hacia la muerte por s11.sconvicciones, :úgnifica pa.ra todo socialista Ja :~olernne admonición de adquirir conciencia el.e la humana grandeza del ideal socialista. Este ideal' por el cual rste hombre !:,Upo m.orir, nos impone devoción y abnegación. Aun faltándonos la fuerza moral de enarbolar la antorcha del martirio, con el cumplimiento del deber, eon valor y lealtad, debernos alimentar aquella pequeña Jlama que cacla. uno de nosotros encierra. Los socialistas italianos, sean emigrados o extranjero1· en ,'-U patria, separados de la comunidad del partido, impedidos para toda actividad práctica en favor de sus ideales, deben commgrarse actnnlmente, como :rnnca, a la rea lización de lais ideas qne las botas cuarteleras amenazan destruir. He ahí donde l\fatteotti puede ser el ejemplo de imitarse; él era nn celoso cumplidor del deber aun en las cc~as más pequeñas. El mundo conoce su último y extremo sacrificio; pero quien lo conoció como nosotro,'3, sabe los numerosos, peq ueñ.o.s;sacrificios diarios ofrecidos al partido en su carácter de secretario del Comité Ejecutivo, bibliotecario del Grupo parlamentario y, también, como agitador. Sentía la atracción por el trabajo cien-

RkJQdWJsaXNoZXIy MTExMDY2NQ==