ESPANA 1975 plemente a la reserva, pues sabia que un general sin mando se convierte en pura ficci6n. Todo el Ejército se adapt6 a la larga pax armata del régimen franquista, del que fue a lo largo de los afios el mejor velador, disfrutando de una influencia sin par en el mismo. Baste saber, por ejemplo, que del total de los ministros que formaron los diferentes gobiernos un tercio correspondi6 a los militares. Por otra parte, el Ejército controla totalmente las fuerzas de seguridad -policia armada y guardia civil-, a las que suministra su oficialidad; alimenta asimismo una buena parte de los cuadros de la Administraciôn pûblica a nivel de gobernadores y de directores generales; desempefia también importantes funciones en las empresas pûblicas --especialmente dentro del IN!- y forma parte de no pocos consejos de administraci6n de empresas privadas; finalmente, el propio Franco es la emanaci6n misma del Ejército. En estas condiciones, no puede sorprender que el Ejército en particular y las fuerzas de orden pû.blico en general hayan ofrecido siempre un absoluto monolitismo en cuanto su adhesi6n y pertenencia al régimen franquista. Este régimen fue creado por los m111tares y ha logrado prolongar su existencia gracias a ellos. Con anterioridad al siglo XIX, el Ejército no tenia un verdadero caracter politico, limitandose a obedecer ciegamente a la Monarqu1a, sin intervenciones en el interior del pais. Esta caracteristica cambi6 por completo durante la mayor parte del siglo XIX, pues fue empleado casi exclusivamente en ahogar disturbios y mantener el llamado orden pûblico en el pais. De esta manera acab6 por ser un Ejército politizado, especialista en asonadas, pronunciamientos y golpes de Estado, aunque dividido al principio en liberales y conservadores. Pero en el curso de los afios acab6 por ser una instituci6n enemiga de todo cambio, partidaria del orden conservador, que ha preferido siempre la injusticia al desorden. Se identific6 a la Monarqu1a, de la que supo extraer los mayores beneficios, comportandose como un verdadero grupo de presi6n. Asi se fue burocratizando, ofreciendo siempre una plétora de oficialidad que jamas correspondi6 a las necesidades reales, inmensamente superior incluso a la de otros Ejércitos europeos. No estara de mas, para ilustrar lo que acabamos de decir, ofrecer unas cuantas c1fras, por si de sobra elocuentes. En 1909, el Ejército espafi.ol contaba con 11.700 oficiales y 80.000 soldados, lo que supon1a un oficial por cada siete soldados; en 1927, el nûmero de oficiales ascendi6 a 23.124; en 1970, suman_do los jefes y oficiales con mando en los Ejércitos de \ 43
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